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ISSN 1989-4163

NUMERO 71 - MARZO 2016

El Tren de Cercanías

Javier Neila

 

     

Hoy voy a visitarle. Es primero de mes y estoy impaciente. Me he puesto mi mejor traje y me he dirigido a la estación. Me apetecía mucho ir dando un paseo para coger el tren,  ya que la primavera acaba de explotar en la comarca, pero llego tarde y hoy, más que nunca, necesito llegar a tiempo. El taxista ha aprovechado lo largo de la Calle de los Castillejos para ponerme al día de lo mal que está todo. Que pesado es el señor taxista, pienso paciente y a  la vez jocoso. Es lo malo de taxis y ascensores…a veces se te hace obligatoria la escucha activa. De todas maneras hace ya tiempo que tengo por costumbre no  contradecir  a extraños. No merece la pena. No sé si es cobardía o cansancio, aunque nunca me he considerado un cobarde. Me perturba y envenena hablar con gente gris que no hace más que quejarse de los males de éste mundo pero no hace nada por resolverlos. Me dan ganas de decirles que la vida es demasiado corta pero increíblemente sorprendente, y tan especial y maravillosa como tú quieras que sea, y que siempre hay motivos para dar las gracias por seguir vivo, aunque sea un minuto más. Pero todo eso me lo guardo para mí... mi cabeza está en otras cosas y no tengo ganas de conversación, pero mi contertulio a la fuerza, es incombustible y ha terminado arrancándome alguna que otra frase de complicidad e incluso de aprobación. Me río de él y de mí. La situación me hace darme cuenta de que, la mayoría de las veces, el destino nos fuerza a convivir con personas que se cruzan en nuestro camino, pero que realmente no nos importan. Y sin embargo  nos desorientan y mantienen preocupados, haciendo que tardemos en olvidarlas.

Otras veces, sin embargo, la vida nos da la oportunidad de poder estar con otra clase de seres, muy distintos que, llenos de luz, aparecen de golpe e iluminan toda nuestra existencia, incluso cegándonos a veces. En afortunadas ocasiones, esas personas se quedarán para siempre con nosotros, matizando su luz interior para no hacernos daño y adaptarse a nuestra agudeza visual. Si no fuera así, podrían hacernos caer al deslumbrarnos. Otras veces sólo nos acompañarán durante un periodo de tiempo, que siempre nos parecerá corto, dando sentido a nuestras vidas, y desapareciendo luego para siempre. No siempre es fácil dejar que se vaya un ser luminoso, pero creo que es de sabios guardarles el valor y la gratitud que merecen, dejándoles dentro de nosotros una parcela especial, intima, llena de recuerdos entrañables, pues hay historias de amor fugaz dentro de algunos de nosotros, que valen más que toda la existencia de los que, menos afortunados, sólo las encontraron en el mundo de la fantasía y la literatura. Y es que hay instantes fugaces que se vuelven eternos y que valen por toda una vida.

Llego a la estación con cinco minutos escasos, suficientes para poder coger el cercanías a tiempo. Matías, el revisor, me sonríe mientras me pide el billete. Nos conocemos desde hace años, cuando cogía el tren para ir al trabajo desde Fuente de Piedra a Antequera, antes del accidente de coche que me robó la salud y el amor de Daniela, mi esposa. Matías me pregunta que a dónde voy, aunque lo sabe de sobra, y yo le respondo como siempre, que a ver a mi hijo. Sé que cuando hablo de él se me ilumina la cara, y creo que es por eso por lo que me lo pregunta...

La conversación me hace recordar. Hace nada jugaba con mi hijo Rubén en la nieve, en el Pinar del Hacho, donde nos tirábamos bolas sin parar, hasta que me dolía el brazo; otras veces construíamos muñecos de nieve con cualquier cosa que encontrábamos. O simplemente me sentaba acostado en aquella alfombra blanca y lo observaba en silencio, intentando retener todo lo que pasaba delante mía, para no olvidarlo jamás. A veces nos íbamos al Torcal, a buscar fósiles para nuestra colección compartida, con un par de bocadillos en la mochila, y luego volvíamos sucios y casi anocheciendo. Siempre hubo entre nosotros una relación especial y cómplice. Daniela nunca lo dijo, pero estaba celosa de aquel vínculo; cosa comprensible, pues Dios nos había bendecido con solo un hijo.

Entre estas reflexiones, llego a mi cita mensual con mi hijo. Me acerco y le pongo las flores en la lápida. Las mismas margaritas de siempre, pues siempre le gustaron por sencillas y hermosas.

DEP

             Cabo Primero Rubén González Pedregosa
                Fuente de Piedra. 8 de Abril de 1985


              Herat (Afganistan). 12 de Marzo de 2013


“Que tu luz y tu recuerdo nos guíe hasta que volvamos a encontrarnos”
“Gracias por tantos momentos de felicidad, hijo nuestro”

Sonrío y recuerdo mi reflexión mientras venía, y vuelvo a dar gracias a Dios y a mi Rubén por esos momentos vividos, que valen más que toda una existencia. Me giro emocionado. Sin prisa y en soledad, vuelvo a la estación.

 

 

El tren de cercanías

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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